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Participación en el concurso #historiasconorgullo de Zenda

—Celeste se acostó después de escuchar en la radio Y después del Adiós. La canción había quedado en última posición en el último festival de Eurovisión. No imaginó que se trataba de una consigna. Ya dormía cuando sonaba el segundo aviso, Grândola, Vila Morena, la balada que pasaría de prohibida a himno de una revolución. Al levantarse aquel 25 de abril, su ropa aún olía a los claveles que había recogido el día anterior. Antes de salir, miró a sus hijos, su mayor orgullo, y soñó con un mundo mejor. Cuando llegó al restaurante, el dueño la envió a casa y le comentó lo de la insurrección. Con dos ramilletes de claveles bajo el brazo se echó a las calles lisboetas. «Esto no me lo pierdo», pensó y fue a ver cómo rescataban la libertad de la casa de empeños. Se acercó a aquel soldado aterido y le preguntó. Tras responderle, el hombre le pidió un cigarro. Celeste, en aquel instante, lamentó no fumar y le ofreció una sonrisa y un clavel tan rojo como su corazón. El soldado, con otra sonrisa, alargó el brazo, aceptó la flor y la plantó en su fusil. La primavera penetró en lo concebido para matar y la escena se repitió una y otra vez. Los claveles volaron y sus pétalos danzaron al son de aquella canción que pasó de prohibida a himno de una revolución.

—Abuelo, ese no fue el primer desfile del orgullo LGBT…

—No, Agostinho, ese fue el primer desfile que nos devolvió la libertad para que hoy podamos salir en el del orgullo LGBT…

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